viernes, 7 de mayo de 2010

El Annapurna o la cercanía de la muerte

Dejo aquí un artículo muy ilustrativo de cómo es el Annapurna (8.091 metros), esa montaña en la que mueren tantos alpinistas.

Javier Pérez, compañero de Carlos Pauner, ha tenido que abandonar el intento de ascensión al Annapurna por el absurdo motivo de la rotura de un camprón. Parece increible que semejante contiengencia, la rotura de esos hierros que se colocan los montañeros en los pies para no patinar en el hielo, pueda condicionar un proyecto como éste en el que tanto empeño ha puesto el montañero. Pero el himalayismo tiene estas cosas. Cualquier mínimo detalle que pueda fallar te complica la ascensión y supone un enorme riesgo para tu propia vida. Desde el campo base, Javier Pérez ha escrito este sentido artículo que publicadaba ayer la página web de Desnivel.

“Este Annapurna donde nos encontramos, ya fue ascendido en 1950 por su grupo de potentes escaladores franceses, famosos en su época por sus hazañas en los macizos de los Alpes, sobre todo en Chamonix, donde la mayoría de ellos, ejercían como guías de montaña.¿Por qué entonces, 60 años después, se resiste tanto esta montaña?¿Por qué tiene tan mala fama?


La razón hay que buscarla, en que, con el paso de estos 60 años, los glaciares que rodean el Annapurna, han sufrido una transformación atroz. Se han triturado en seracs colgantes (enormes bloques de hielo), y las avalanchas caen por todas sus laderas un día tras otro.

Tanto es así, que el día que llegamos al campo base, cuando me bajaba del helicóptero, el aspecto de la montaña era tan abrumador, quebrado y roto, que pensé que no saldríamos del CB, salvo en un juego suicida.

Con los días, descubrimos que la ruta de escalada, busca los puntos débiles entre semejante sucesión de glaciares amenazantes, seracs colgantes y avalanchas que todo lo barren.

De este modo, la mayoría de himalayistas envueltos en la carrera de sus 14 cimas de más de 8000 metros, suelen dejar esta cima para el final, dado su peligrosidad. Lamentablemente, más de uno ha perecido en esta montaña, justo acabando su carrera de “los 14 ochomiles”.

Tanto el aspecto tétrico de la montaña, como su historia reciente, hacen que cuando uno está metido en su escalada, la tensión, -la alta tensión-, se haga mucho más patente que en otras montañas de ochomil metros.

Yo lo he notado en mi mismo y en Carlos Pauner. Cuando llegamos el campo 2, que en otra montaña sería una fase de aclimatación relativamente tranquila, en el Annapurna estás con los ojos bien abiertos y escuchando cada sonido para ver si hay que salir de la tiendas rápidamente para intentar esquivar una avalancha que pueda barrer el campo donde te encuentras.

La primera noche que pasamos en el C2, dormimos con una navaja abierta en lugar seguro, y las botas muy a mano, por si había que rajar la tienda a mitad de noche para ponernos a salvo.

Días después, cuando subimos al C3 a 6.600m, la travesía del cono, donde embocan avalanchas de la parte superior del Glaciar de la Hoz, con una barra de seracs de más de 200 metros de espesor colgando de tu cabeza mil metros allí arriba, imponen un severo silencio en el grupo, silencio que agrava la situación de tensión y peligro que hay en este lugar.

Una vez superado este pasaje, el recibimiento que tuvimos en las empinadas laderas del Glaciar de la Hoz, con una avalancha ya comentada de bloques de hielo, nos devolvió a ese estado de alta tensión permanente a que te obliga este Annapurna.

Las habituales bromas entre nosotros, mientras grabamos vídeo, escalamos o descansamos en los campos de altura, esta vez están reducidas al campo base, único lugar de la montaña donde uno deja de sentir la enorme presión que ejercen los miles de toneladas de hielo que el Annapurna guarda siempre sobre las cabezas de quien intente su ascensión.

Hace dos días, subiendo al C3 en el intento a cima, rompí uno de mis crampones en la zona más escarpada del cono, mientras intentaba arreglarlo, una avalancha de nieve polvo barrió sin piedad esta zona de la montaña, y me devolvió a ese estado de alta tensión que exige constante este Annapurna.

Esta avalancha de bloques y nieve polvo que me rozó, embocaba todo lo que arrastraba hacia una enorme grieta en el hielo del glaciar, que se tragó todo lo que caía de mil metros más arriba. Me pareció ver la puerta del infierno.

Hoy 27 de abril, mientras Carlos recorre las últimas rampas empinadas desde el C4 hasta la cima, yo me encuentro seguro en el Campo Base. Ya no siento la alta tensión generada por los caóticos glaciares colgantes del Annapurna, pero percibo, allí arriba, a pocas horas de la cima, la enorme tensión del grupo que intenta pisar la cima de este Annapurna, 60 años después. Suerte a todos, suerte Carlos”.

2 comentarios:

Carol dijo...

Hola Estela! Cómo no me habías comentado que comenzabas un blog! Me encanta, algunas de las fotos son realmente increíbles. Aunque reconozco que de deportista tengo poco y de aventurera menos, no puedo dejar de sentir cierta envidia y mucha admiración por los montañeros. Siempre que he ido a ruedas de prensa de Pauner o cualquier otro alpinista he aprendido cosas increíbles. Besos guapa, me encanta tu blog. Enhorabuena por él!

Estela dijo...

¡Gracias, Carol! La verdad es que le he dado poca difusión al blog porque lo empecé a raíz de que alguna de mis compis del equipo de montaña también se hacía uno...

Y tú, no serás deportista, pero aventurera, a tu manera, sí ¿no crees?

¡Seguimos viéndonos por nuestros blog!